Creo
que me habéis entendido mal, no soy egoísta, que los matutinos, obviamente, sí
que los comparto, como bien comprobáis cada mañana que los lanzo al mundo. De lo
que me encargo con celoso esmero es de su guardia en el virtual mundo en el que
se alojan, tal vez en lo más recóndito de mis neuronales sinapsis, y de ahí no
salen si no es sino con mi explícito permiso. La que también es generosa es
esta primavera que en estos últimos días nos está regalando con todo su amor y
dulzura unos hedónicos días soleados, cálidos sin agobios (23ºC de máxima
prevista para hoy), que nada pretenden de nosotros, pues nos dejan fluir a
nuestro antojo, así que nos entregamos con plenitud a la vida que nos insufla.
Este
fin de semana estuve en el cine viendo una portentosa película, que desde ya
mismo os recomiendo encarecidamente, muy encarecidamente. ¡No os la perdáis,
imprescindible! Sin embargo, aunque parezca paradójico, antes os advierto que
viéndola pasé uno de los peores tragos de mi vida. Se trató de "Custodia
compartida" ("Jusqu'à la garde"), de Xavier Legrand,
y con Denis Ménochet, Léa Drucker, y Thomas Gioria. Es el debut, impresionante
debut, en el largo de este director francés.
Una
pareja con dos hijos se ha divorciado. Él reclama judicialmente la custodia
compartida del hijo pequeño (la mayor está a punto de cumplir los 18) pues ella
se mudó de ciudad con ambos hijos huyendo de la violencia de su ex. A pesar de
los argumentos maternales y de que ninguno de los hijos quiere estar con su
padre, la juez dictamina al final custodia compartida, y el pobre chaval acaba
como arma arrojadiza de las trifulcas de ambos, a medida que la relación de la
expareja se va deteriorando cada vez más si cabe.
Magistral
película (nota: 10), cum
laude, plena de una tensión insoportable que no decae ni siquiera en los
breves momentos de relax que nos concede, agazapada en cualquier esquina, y que
nos zarandea hasta las mismísimas entrañas. Éxtasis cinematográfico y
dolorosísima catarsis emocional. Y todo comienza desde el primer segundo de
metraje, con maneras de thriller judicial casi documental, para luego, poco a
poco, mientras transita por el crudo retrato social, ir derivando hacia una de
intensísimo suspense que genera un tremendo malestar en el espectador, para
acabar en una de terror canónico, sin un ápice de gore, que da más miedo que
cualquier otra del género, básicamente por las toneladas de dolorosa realidad
cotidiana que rezuma a borbotones y estremece sobremanera.
Introspectiva
de los estados de ánimo de sus protagonistas, sin embargo casi que saltan a
conmover al patio de butacas a base de miradas y silencios que dicen más que
las palabras. Nos habla de violencia doméstica y de género, llevada hasta el
mismo terror, casi de pesadilla, por muy real que sea, de traumáticas
separaciones maritales, de hijos usados como armas arrojadizas, de escuchar lo
que ellos tienen que decirnos, del infernal calvario por el que pasan las
mujeres maltratadas, de... y todo para tratar de concienciarnos de que esto
sucede continuamente a nuestro alrededor, queramos o no verlo. En varios
aspectos tiene bastante que ver con otra excelente película, esta española,
"Te doy mis ojos" (2003) de Icíar Bollaín.
Ahora
ahí os dejo unas citas de sabiduría ajena que comparto con vosotros y tal vez
nos guarden de...:
- "En amor todo ha terminado desde el día
en que uno de los dos amantes piensa que sería posible un ruptura". (Paul Bourget).
- "Cuando uno tiene motivos de quejarse
de un amigo, conviene separarse de él gradualmente, y desatar, más bien que
romper, los lazos de la amistad".
(Catón).
- "Es triste condición de la humanidad
que más se unen los hombres para compartir los mismos odios que para compartir
un mismo amor". (Jacinto
Benavente).
- "Nunca se entra por la violencia dentro
de un corazón". (Molière).
Besos
y abrazos,
Don.
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