miércoles, 30 de junio de 2021

Matutinos que conectan conmigo

¡Buenos días!

A los cuatro vientos llegan los ecos de estos matutinos, así que me es fácil pillarlos al vuelo y comunicarme con ellos estén donde estén, susurrándoles mis desvaríos de modo intencionado para que los amplifiquen y lleven lo más lejos posible. Y vuelve a soplar algo más de aire, cosa que se agradece pues las temperaturas siguen elevándose cada vez más. La máxima prevista para hoy por los madriles será de 33ºC, muy soleados. Cada vez me llaman más las refrescantes sombras en las que desparramarme indolentemente.

Ayer por la tarde estuve en el cine viendo "El teléfono del viento" ("Kaze no denwa", 2020), de Nobuhiro Suwa, y con Shoko Ikezu y unos cuantos actores más. De este director japonés tan solo había visto uno de sus largos, su anterior, "El león duerme esta noche" ("Le lion est mort ce soir", 2017), hecho en Francia, como algunos otros suyos.

Una joven de 17 años, taciturna, vive con su tía en Hiroshima desde que en 2011 perdió a toda su familia (padres y hermano pequeño) en el devastador tsunami de aquel año. Desaparecieron y no se les encontró. Un día, al regresar del instituto, encuentra a su tía inconsciente en el suelo, siendo ingresada en un hospital muy gravemente enferma. Apesadumbrada, desolada, temiendo volver a perderlo todo otra vez, sin el consuelo de sus padres, a los que sigue echando mucho de menos, emprende sola camino a su lejana ciudad natal, una pequeña localidad costera cercana a Fukushima, a reencontrarse con su familia desaparecida, siendo ayudada en su empeño por buenas gentes con las que se va encontrando, cada cual con sus propias y dolorosas historias de pérdida, y de las que irá aprendiendo a reencontrarse consigo misma y a encajar su dolor.

Película que se me escapó por entre los dedos (nota: 5) cual si quisiera atrapar el viento con ellos, que a pesar de ser demasiado larga (le sobraban muchos, muchos minutos de duración), parsimoniosa, extasiada e introspectiva, debido a la proverbial delicadeza y sensibilidad japonesas, no acababa de disgustarme... pero su estiradísimo final, que da explicación a su título, fue bastante cansino, más teniendo en cuenta el cansancio acumulado tras tanto metraje. Película de tránsito vital, y consiguiente aprendizaje durante el proceso, con bastantes momentos que casi rayaban en lo documental, reflexiona sobre la necesidad de completar el duelo (más necesario todavía si no lo hubo en su momento), dando el adiós definitivo (cuando no se pudo entonces porque eran desaparecidos), cerrar ese episodio y así poder seguir adelante.

Ahora, en la sección de la sabiduría ajena, con la que siempre conecto, un par de citas, acabando con las apabullantes palabras con las que termina esa obra maestra del teatro universal que es "La casa de Bernarda Alba" (1936) de Federico García Lorca:

 - "A poco viento, remos sin cuento".  (Refrán).

 - "[…] Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! Nos hundiremos en un mar de luto. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!".  (Federico García Lorca).

Besos y abrazos,

Don.

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