¡Buenos días!
Ya ni quiero saber el calor que hace, que hace mucho, pues es verano, pero sin conocer el número concreto de grados centígrados que me agobiarán, así que me relajo en este amanecer con el cielo cada vez más iluminado por el naciente sol, cada vez más celeste. Por lo demás, aquí estoy, en otro de mis maternales matutinos, que tan bien saben cuidar de mí, siempre preocupados por mi bienestar... y me dejo guiar sin rechistar. Estoy bien aquí.
Este pasado fin de semana estuve en el cine viendo "Una madre de Tokio" ("Konnichiwa, kaasan", 2023), de Yoji Yamada, y con Yo Oizumi, Sayuri Yoshinaga, Mei Nagano, Rosa Kato, Hiromasa Taguchi, y Masayasu Kitayama. Es la octava película que veo de este nonagenario y muy prolífico director japonés, que lleva dirigidas tantas como años tiene, y de quien había visto anteriormente siete de sus más recientes, todas en este siglo: "Verano de una familia de Tokio" ("Kazoku wa tsuraiyo 2", 2017), "Maravillosa familia de Tokio" ("Kazoku wa tsuraiyo", 2016), "La casa del tejado rojo" ("Chiisai ouchi", 2015), "Una familia de Tokio" ("Tokio kazoku", 2013), y las tres de la trilogía de samuráis en horas bajas, "Love and honor" ("Bushi no ichibun", 2006), "The hidden blade" ("Kakushi-Ken: Oni no tsume", 2004), y "El ocaso del samurái" ("Tasogare Seibei", 2002).
Un hombre que vive en la capital japonesa, director de recursos humanos en una gran empresa, cuyo trabajo le estresa, separado de su esposa desde hace seis meses (no se lo ha dicho a nadie, ni a familia ni amigos) y con una hija en la universidad (que vive con la esposa), decide un día ir a ver a su madre, que vive en un barrio antiguo del centro de la ciudad, y a la que no visitaba desde hace mucho tiempo. Una vez allí, percibe que está especialmente feliz y radiante y no sabe muy bien el porqué, así que decide volver por allí en sucesivos días, en uno de los cuales se encuentra con la hija, que se ha peleado con su madre, se ha ido a vivir con su abuela y ha decidido dejar los estudios universitarios, que la aburrían.
Película pfff (nota: 4), que fue de más a menos, muy blandita, con algo de querencia por la ñoñería, como de telefilm de sobremesa; y mira que es difícil, por no decir imposible, que una película japonesa me produzca esas sensaciones; y con algunos momentos pasados de histrionismo. Sin embargo, para compensar, tuvo otros, no los suficientes como para superar el suficiente, que sí me gustaron, pero sin alharacas. Amable historia de cotidianidad familiar, costumbrista, de buena gente y buenas obras, que habla de las difíciles, aunque afectuosas, relaciones intergeneracionales, las más próximas en el tiempo, la de madre-hijo y la de este con su hija, pero no la de esta con su abuela (en sintonía perfecta), personajes todos algo desubicados en este momento retratado, pero al final muy conciliadora. Además, destila cierto grado de crítica social hacia el deshumanizado modo de vida occidental actual, pero de modo muy tenue.
Pues llegó el momento de hacer una visita a la sabiduría ajena, a ver qué tal se encuentra... bien, espero, con estas tres citas:
- "El ánimo gozoso hace florida la vida; el espíritu triste marchita los sucesos". (Salomón).
- "La felicidad no es un bien que puede atesorarse; es una manera de pensar, un estado de ánimo". (Daphne du Maurier).
- "Solo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección. Es casi un milagro, o una suerte inesperada, hallar a esa persona". (Haruki Murakami).
Besos y abrazos,
Don.
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