lunes, 21 de marzo de 2016

Principado matutino en la luna

¡Buenos días!

Obnubilado por mi reino matutino y toda su corte y cohorte de hadas y ninfas que me hacen la vida mejor, que me sirven y a las que presto servicio con ceremoniosa dedicación mañanera, vuelvo a él cada vez que se tercia, sin obligaciones impuestas, siguiendo mi natural y algo revoltoso albedrío. Os cuento que hoy está nublado y llueve, ¡qué os voy a contar que no sepáis!, y que seguirá lloviendo, cosas de la traviesa y recién estrenada primavera, que ayer vino al mundo para salvarnos de nuevo, para inducirnos unas contagiosas ganas de disfrutar de esta vida que nos toca, sea lo fugaz que sea.

Este fin de semana estuve en el cine viendo una película que desde ya mismo os recomiendo encarecidamente, muy, pero que muy encarecidamente que vayáis a ver. Prodigiosa, sublime, exquisita, arte en estado puro. Se trató de una de dibujos animados... pero, ¡qué digo!, de cuadros de acuarela y carboncillo animados, "El cuento de la princesa Kaguya" ("Kaguyahime no monogatari"), de Isao Takahata, basada en el cuento popular japonés del s.IX "El cortador de bambú" ("Taketori monogatari"), considerado el origen de la literatura japonesa. De este octogenario director, cofundador junto con el también maestro Hayao Miyazaki del mítico Studio Ghibli, tan sólo había visto una de sus animaciones anteriores, la magistral y también portentosa "La tumba de las luciérnagas" ("Hotaru no haka", 1988), imprescindible, amén de algunos capítulos de las series de "Heidi" y de "Marco" cuando hace casi cuarenta años las pasaron por la televisión.

Un anciano campesino encuentra dentro de un tallo de bambú que acaba de brotar a una niña diminuta, a la que considera un regalo del cielo, así que él y su mujer la adoptan y crían como si fuera su hija. Crece muy deprisa, como el bambú, y en menos de un año ya es toda una adolescente, por lo que sus padres deciden llevarla a la ciudad para educarla como a una princesa. Una vez allí, su arrobadora belleza prendará a todos los que la conocen, cautivando a cinco poderosos nobles que la pretenden.

El rango estándar de notas se me escapa para esta suma obra de arte, está más allá (nota: 10+). Todo un éxtasis contemplativo, casi místico diría, fue lo que sentí mientras veía (y mucho tiempo después) esta excelsa y excelentísima película, por fondo y maneras, que desde ya tengo entre lo más alto de mis altares cinéfilos. Primorosa animación de estética deslumbrante a la par que sencilla, y de una grandísima hondura y sabiduría vitales. Y la tradicional sutileza japonesa que todo lo impregna. Fantástica historia imbuida del panteísmo sintoísta tan del gusto de los cofundadores del "Studio Ghibli", que nos habla de muchas cosas, con delicada profundidad, como de la veneración a la naturaleza, de no dejarse cegar por los vanos oropeles, sean de palabra u obra, en detrimento de lo verdaderamente importante; y sobre todo de vida, de la apasionante aventura de vivir, con sus alegrías y tristezas, que no debería ser coartada por más norma que la del respeto y el amor al prójimo, a pesar de su fugacidad. Por tanto, esta absoluta e intemporal obra maestra es imprescindible. Por cierto, escuchad la preciosa canción, por letra y música, que cierra el film durante los créditos finales, "Inochi no kioku" ("Memories of life"), compuesta e interpretada por Kazumi Nikaido.

Como sabiduría ajena valdría todo lo que destila el propio film, pero ahí va algo más de la proverbial japonesa:

 - "El tiempo que pasa uno riendo es tiempo que pasa con los dioses".  (Proverbio japonés).

 - "Es el deber más ligero que una pluma y más pesado que una montaña".  (Proverbio japonés).

 - "Sólo en la actividad desearás vivir cien años".  (Proverbio japonés).

 - "Es mejor viajar lleno de esperanza que llegar".  (Proverbio japonés).

Besos y abrazos,

Don.
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