¡Buenos
días!
Obnubilado
por mi reino matutino y toda su corte y cohorte de hadas y ninfas que me hacen
la vida mejor, que me sirven y a las que presto servicio con ceremoniosa
dedicación mañanera, vuelvo a él cada vez que se tercia, sin obligaciones
impuestas, siguiendo mi natural y algo revoltoso albedrío. Os cuento que hoy
está nublado y llueve, ¡qué os voy a contar que no sepáis!, y que seguirá
lloviendo, cosas de la traviesa y recién estrenada primavera, que ayer vino al
mundo para salvarnos de nuevo, para inducirnos unas contagiosas ganas de
disfrutar de esta vida que nos toca, sea lo fugaz que sea.
Este
fin de semana estuve en el cine viendo una película que desde ya mismo os
recomiendo encarecidamente, muy, pero que muy encarecidamente que vayáis a ver.
Prodigiosa, sublime, exquisita, arte en estado puro. Se trató de una de dibujos
animados... pero, ¡qué digo!, de cuadros de acuarela y carboncillo animados,
"El cuento de la princesa Kaguya" ("Kaguyahime
no monogatari"), de Isao Takahata, basada en el cuento popular japonés del
s.IX "El cortador de bambú" ("Taketori monogatari"),
considerado el origen de la literatura japonesa. De este octogenario director,
cofundador junto con el también maestro Hayao Miyazaki del mítico Studio
Ghibli, tan sólo había visto una de sus animaciones anteriores, la magistral y
también portentosa "La tumba de las luciérnagas" ("Hotaru no
haka", 1988), imprescindible, amén de algunos capítulos de las series de
"Heidi" y de "Marco" cuando hace casi cuarenta años las
pasaron por la televisión.
Un
anciano campesino encuentra dentro de un tallo de bambú que acaba de brotar a una
niña diminuta, a la que considera un regalo del cielo, así que él y su mujer la
adoptan y crían como si fuera su hija. Crece muy deprisa, como el bambú, y en
menos de un año ya es toda una adolescente, por lo que sus padres deciden
llevarla a la ciudad para educarla como a una princesa. Una vez allí, su
arrobadora belleza prendará a todos los que la conocen, cautivando a cinco
poderosos nobles que la pretenden.
El
rango estándar de notas se me escapa para esta suma obra de arte, está más allá
(nota: 10+). Todo un éxtasis contemplativo, casi místico diría, fue lo que
sentí mientras veía (y mucho tiempo después) esta excelsa y excelentísima
película, por fondo y maneras, que desde ya tengo entre lo más alto de mis
altares cinéfilos. Primorosa animación de estética deslumbrante a la par que
sencilla, y de una grandísima hondura y sabiduría vitales. Y la tradicional
sutileza japonesa que todo lo impregna. Fantástica historia imbuida del
panteísmo sintoísta tan del gusto de los cofundadores del "Studio
Ghibli", que nos habla de muchas cosas, con delicada profundidad, como de
la veneración a la naturaleza, de no dejarse cegar por los vanos oropeles, sean
de palabra u obra, en detrimento de lo verdaderamente importante; y sobre todo
de vida, de la apasionante aventura de vivir, con sus alegrías y tristezas, que
no debería ser coartada por más norma que la del respeto y el amor al prójimo,
a pesar de su fugacidad. Por tanto, esta absoluta e intemporal obra maestra es
imprescindible. Por cierto, escuchad la preciosa canción, por letra y música,
que cierra el film durante los créditos finales, "Inochi no kioku" ("Memories of life"), compuesta e interpretada por
Kazumi Nikaido.
Como
sabiduría ajena valdría todo lo que destila el propio film, pero ahí va algo
más de la proverbial japonesa:
- "El tiempo que pasa uno riendo es
tiempo que pasa con los dioses".
(Proverbio japonés).
- "Es el deber más ligero que una pluma y
más pesado que una montaña".
(Proverbio japonés).
- "Sólo en la actividad desearás vivir
cien años". (Proverbio japonés).
- "Es mejor viajar lleno de esperanza que
llegar". (Proverbio japonés).
Besos
y abrazos,
Don.
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