Es
pleno verano. Tanto por sensación térmica como, sobre todo, por calendario, ¿o
era al revés?, ya que pasamos hace semanas por el punto solsticial de verano, y
no recuerdo haber hecho nada especial para celebrar ese día; total, ¿para qué?,
si nada de particular interés me sucedió, que fue un día sin propiedades
especiales, como otro cualquiera, como hoy, en el que me desperté, viví disfrutando
y me acosté. Así que no había necesidad de purificación alguna, más allá de la
rutinaria ducha mañanera y beber vasos de agua a demanda de mi sed, como
siempre. Nada, y todo, es tan importante como para que haya celebración, que
como decían en Alicia en el país de las maravillas, reduciendo al absurdo,
¿para qué celebrar un cumpleaños al año cuando puedes celebrar 364 o 365 no
cumpleaños al año?... Además, mi aversión al sol, salvo en breves momentos, me
lleva a no estar muy a gusto los días de verano, cosas de los sofocos de la
canícula. Aunque hoy es relativamente suave, con 34ºC de máxima prevista por
los madriles.
Ayer
por la tarde estuve en el cine viendo "Midsommar",
de Ari Aster, y con Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, y William Jackson
Harper. Es el segundo largo de este director, de quien había visto su anterior,
su debut, "Hereditary" (2018), aclamado en general por la crítica
pero que a mí me dejó ni fu ni fa.
Es
invierno, una joven se sume en la desesperación tras el asesinato de sus padres
por parte de su hermana bipolar, que luego se suicida. Las relaciones con su
novio tampoco pasan por su mejor momento. Se acerca el verano y su novio y
amigos, estudiantes de antropología, planean ir a una remota comunidad muy al
norte de Suecia, de donde es originario uno de ellos, para estudiar sus
rituales en torno al solsticio de verano, cuando el sol jamás se oculta tras el
horizonte. El novio, con disgusto de sus colegas, invita a la chica a ir junto
a ellos. Les reciben unas luminosas gentes inquietantemente amables que, tras
ingerir unos alucinógenos bebedizos, se dejan llevar por turbias y extrañas
ceremonias ancestrales, cual especie de esotérica secta religiosa, a las que
les invitan a participar.
Película
demasiado larga y que apenas nada me dijo (nota: 4), aun a pesar de sus
buenas maneras formales. Podría decirse que es una de terror, pero iconoclasta,
con lo que casi no es eso, aunque lo ronda y contenga unos cuantos mazazos de
gore bastante desagradables. Es un cuento, casi que una fábula, de miedo en la
medianoche boreal veraniega, es decir, a plena luz del día, que recrea
fantasiosamente una serie de cultos nórdicos ancestrales, y muy catárticos, que
ejercen gran influjo, cual si estuvieran poseídos, sobre sus acólitos. Fábula
bastante extravagante que parece, aunque yo no lo vi nada claro, y eso sin
haber tomado brebaje lisérgico alguno, criticar rituales sociales y religiosos
de este nuestro primer mundo y cualesquiera otros aledaños. También socarrona
crítica sobre el regreso de ciertos iluminados espirituales y sus hipnotizados
seguidores, organizados en superguay comuna, a las esencias ancestrales de la
humanidad, de presunta pureza, y tampoco nada civilizadas vistas desde nuestro
apenas civilizado mundo.
Ahora,
como de costumbre, que ya es tradición, ahí os dejo unas citas de sabiduría
ajena:
- "La tradición es la personalidad de los
imbéciles". (Maurice Ravel).
- "Cuantas más costumbres tiene, menos
libre e independiente es un hombre".
(Immanuel Kant).
- "La única costumbre que hay que enseñar
a los niños es que no se sometan a ninguna". (Jean Jacques Rousseau).
Besos
y abrazos,
Don.
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