Desparramo
en estos matutinos la simiente que van generando mis neuronas cada vez que ven
una película, y que cada vez van aprendiendo más a través de este acto,
asexuado e intelectual, pues de hacerme brotar simientes físicas ya se encargan
estos días de arrobadora y serena primavera, cada vez más cálida de nuevo, con
24ºC de máxima prevista para hoy por los madriles, con sol y alguna nube que le
arropa en su voluptuosa desnudez.
Ayer
por la tarde estuve en el cine viendo "La mujer que sabía leer"
("Le semeur"), de Marine Francen, y con Pauline Burlet, Alban Lenoir,
y Geraldine Pailhas. Es el primer largo de esta directora francesa, basado en
un relato corto de Violette Ailhaud, "El hombre semen" ("L'homme
semence").
A
finales de 1851, Luis Napoleón Bonaparte, presidente de la II República
Francesa, a punto de caducar su mandato y viendo que no puede continuar, da un
golpe de estado, y pasa a convertirse en el emperador Napoleón III, momento a
partir del cual inicia una cruenta represión contra sus opositores
republicanos. Sus tropas entran en un pequeño pueblo de montaña y se llevan a
todos los hombres adultos, partidarios republicanos, que son encarcelados y
deportados a las colonias. Ante la total ausencia masculina, las mujeres se
organizan cooperativamente para que la comunidad no decaiga. Tras muchos meses
sin hombres, las más jóvenes se conjuran y acuerdan que el primer hombre que
aparezca lo compartirán, para que todas puedan saciar sus ansias afectivas y
puramente sexuales, también de ser madres. Un año después, justo antes de la
cosecha, aparece un apuesto, enigmático y solitario vagabundo.
Una
muy buena película (nota: 7), cuyo título en español, es un despropósito que
parece jugar al despiste. Hermosa, sensual, sugerente, poética, pictórica,
precioso envoltorio para esta delicada muestra de deseo carnal (y afectivo)
femenino, con toques de tensión (también de la sexual) y suspense. Mujeres que
manifiestan sus modos de sentir, de ser, sus deseos, sus instintivas pulsiones,
liberadas por la prolongada ausencia varonil, masculinidad que las coartaba.
Ahora
unas citas de sabiduría ajena, que espero nos instruyan y siembren en nosotros
la misma vida que nos sostiene y hace crecer:
- "Llorar, sí; pero llorar de pie,
trabajando; vale más sembrar una cosecha que llorar por lo que se
perdió". (Alejandro Casona).
- "No nos cansemos de sembrar en nuestro
camino simientes de benevolencia y de simpatía. Se perderán muchas, sin duda
alguna, pero con que una sola fructifique, perfumará nuestro camino y alegrará
nuestros ojos". (Madame de
Swetchine).
Besos
y abrazos,
Don.
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