¡Buenos
días!
...
O viceversa, que no sé si de verdad me siento el rey de estos matutinos o es
verdadera su soberana magnanimidad. El caso es que los reverencio y ellos, en
correspondencia, me rinden pleitesía, espero que real, sin boato palaciego, de
la de verdad, aunque ellos sean una ficción mía soberanamente cierta para mí. Y
todo este desvarío, no sé si absurdo, a la fresca de la mañana, sin tener
recocido el seso por los calores del pasado fin de semana, ni el que parece
querer volver a hacer, pues hoy tendremos 28ºC de máxima con sol y algunas
nubes de armiño deambulando perdidas por la inmensidad celeste, casi de la mano
junto a otras grises más sucias y plebeyas.
Antes
de ayer por la tarde estuve en el cine viendo "El rey de los belgas"
("King of the belgians"), de Peter Brosens y Jessica Woodworth, y con
Peter van den Begin, Lucie Debay, Titus de Voogdt, Bruno Georis, y Pieter van
der Houwen. Es el primer film que veo de cualquiera de este par de directores
(belga él y estadounidense ella). Una nota cultural necesaria: Bélgica está
formada básicamente por dos grandes regiones, que tradicionalmente no se llevan
demasiado bien, Valonia, al sur, donde se habla francés, y Flandes, al norte,
donde se habla neerlandés.
Un
ficticio rey de Bélgica, pelín alelado, que parece ausente del mundo y se
siente una marioneta del protocolo palaciego, realiza una visita de estado a
Turquía para estrechar lazos diplomáticos y tratar de una posible adhesión de
estos a la Unión Europea, a la par que el palacio encarga a un ex reportero
inglés de la guerra de los Balcanes venido a menos para que realice un
documental sobre el monarca con el fin de mejorar su imagen de persona sosa y
aburrida. Mientras se encuentran allí se produce una fuerte tormenta solar, que
incluso provoca inusuales auroras boreales en Estambul, con lo que no son
posibles los vuelos de avión ni la telefonía móvil debido a la inutilización de
los satélites por la excesiva radiación electromagnética solar. En ese momento
le llega al monarca la noticia de que la región de Valonia ha proclamado su
independencia de Bélgica, que deja de existir como tal país y su puesto como
soberano unificador carece de sentido. Sin esperar al restablecimiento de las
comunicaciones y desoyendo los consejos del gobierno turco, decide regresar
inmediatamente en autobús junto al cineasta y su reducido séquito, atravesando
Europa a través de los Balcanes, cual migrantes refugiados, desharrapados e indocumentados.
Una
buena película (nota: 6), extraña, road movie (momento patera movie
incluido) con mirada de avieso documental, también socarrona comedia, no de las
de reír sino de las de esbozar sonrisas retorcidas, plena de absurdas y
delirantes situaciones, tanto que casi serían factibles y reales, por el irreal
rey que las padece, y por la realidad de aquí y ahora, no solo aplicable a la
misma Bélgica, obviamente, sino por ejemplo a esta España nuestra... y a toda
la Unión Europea como inestable unidad.
Podría
asemejarse la encorsetada corte palaciega belga del film, desconocedora de la
realidad de su ciudadanía, con la burocracia de la UE, más preocupada del
mercado que de sus ciudadanos, lo que podría llevarnos al Atomium (de Bruselas,
la belga y la europea)... a atomizaciones nacionales, quería decir, más o menos
posibles en el futuro próximo (sea en Bélgica, España o la UE), como ya lo
fueron recientemente en los Balcanes. Una de política-ficción, y real (en ambos
sentidos) toma de conciencia, con bastante carga metafórica sobre inmigración y
cohesión (nacional e internacional) y sobre los absurdos sinsentidos
protocolarios, el colmo del encorsetado eufemismo, vanas palabras en las
antípodas de la verdadera realidad cotidiana de los ciudadanos de a pie, que se
evaporan ante la prosaica y tozuda realidad.
Ahora
algo de sabiduría ajena, que a lo mejor ayuda a que bajemos de nuestro
pedestal, real o irreal:
- "Malos reyes, muchas leyes". (Refrán).
- "Hablar a la real de España, sin usar
torcida maña". (Refrán).
- "Todo ciudadano es rey bajo un rey
ciudadano". (Charles Simon Favart).
Besos
y abrazos,
Don.
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