Otro
modélico matutino en el que desparramo mis ideas a cuenta de las películas, u
obras de teatro, que suelo ver. Los tengo en tan alta estima que ni se me pasa
por la cabeza que alguna vez pudieran defraudarme, y así será, pues solo están,
hasta que los saco a la luz, en la oscura caverna de mis ideas, entre chispazos
sinápticos que no van más allá de mi calavera hasta que los tecleo con más o
menos ingenio y toman forma real más allá de lo ideal. ¿Y de estos días de
primavera qué decir?... Pues eso, ideales, canónicos, modélicos, tanto como
para considerarlos cual azules príncipes, tan azules como el arrebatado celeste
del cielo, esperando que se me declaren... amorosamente y... sus rentas y
propiedades.
Este
fin de semana estuve en el teatro viendo "Un
marido ideal" ("An ideal husband", 1895), escrita
por Óscar Wilde, adaptada por Eduardo Galán, dirigida por Juan Carlos Pérez de
la Fuente, e interpretada por Juanjo Artero, Ana Arias, Carles Francino,
Candela Serrat, y Ania Hernández. Es la primera obra de Óscar Wilde que veo en
teatro, pero ya había visto varias adaptaciones cinematográficas, y de entre
las más recientes estas dos: "A good woman" (2004) de Mike Barker, basada en su obra
"El abanico de Lady Windermere" ("Lady Windermere's fan, a play
about a good woman", 1892); y "La importancia de llamarse Ernesto" ("The
importance of being Earnest", 2002) de Oliver Parker, basada en su obra
homónima (1895).
El
británico Ministro de Asuntos Exteriores, del que todo el mundo, muy
especialmente su devota esposa, piensa que es todo un dechado de virtudes, en
lo personal y en lo político, pues es el azote contra la corrupción que domina
la escena política, guarda el secreto del fraudulento origen de su fortuna, del
que nadie sabe, ni siquiera su esposa. Pero una mujer, antigua amante de su
mejor amigo, y ex compañera de colegio de la esposa, que lo descubrió
casualmente, le chantajea con desvelarlo si no acepta apoyar en el consejo de
ministros una ley que dé vía libre a un turbio negocio que se trae entre manos
y la enriquecerá sobremanera.
Muy
buena obra (nota: 7), básicamente por el texto del siempre genial
Óscar Wilde, cuajada de montones de ingeniosos epigramas (frases o
pensamientos) plenos de ironía, cinismo, retranca y dobles sentidos, típicos de
su autor de refulgente y acerada inteligencia. Amén de retrato social del
Londres victoriano de la alta sociedad a finales del siglo XIX, tan
profundamente hipócrita, se nos habla de corrupción, tráfico de influencias,
integridad moral y falsas apariencias, y de intachables salvadores que no lo
son. Vamos, cual si se nos hablara de la España (o cualquier otro sitio) de hoy
mismo, y parece que de siempre.
Pues
amén de los montones de citas de sabiduría ajena que podría obtener del texto
de esta obra, y que me encajarían como guante de seda aquí, pero que ya he
puesto bastantes veces, ahí os dejo otras, ninguna de Óscar Wilde esta vez, que
espero nos ayuden a discernir entre lo ideal y sus antónimos (lo real, lo sucedáneo,
lo...):
- "Mi ideal político es el democrático.
Cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser
divinizado". (Albert Einstein).
- "Los vecinos que uno nunca ve de cerca
son los vecinos ideales y perfectos".
(Aldous Huxley).
- "El amor es una cosa ideal; el
matrimonio, una cosa real; la confusión de lo real con lo ideal jamás queda
impune". (Goethe).
- "No hay cínicos, no hay materialistas.
Todo hombre es un idealista, sólo que sucede con demasiada frecuencia que tiene
un ideal equivocado". (Gilbert
Keith Chesterton).
Besos y abrazos,
Don.
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