Tras
muchos días de tórrida aridez veraniega, con algún amago de tormenta seca, cada
vez hay más nubes que nublan el sol, y los pronósticos apuntan a que mañana
lloverá, con sus rayos y truenos... incluso, a lo mejor esta misma tarde. De
momento, para hoy por los madriles, 29ºC de máxima prevista. Y no hace falta
casi que caiga gota alguna, que estos matutinos siempre me reverdecen a las
primeras de cambio, a poca atención y cariño que les dedique, para quedar de lo
más lozanos, con independencia de la edad que tengan. Bienestar que me
devuelven con creces, sin ellos ni siquiera esforzarse, solo con su mera
presencia.
Ayer
por la tarde estuve en el cine viendo una encantadora película, brillante en su
humana sencillez, o viceversa, que desde ya os recomiendo. Se trató de "La
novia del desierto", de Cecilia Atán y Valeria Pivato, y con
Paulina García y Claudio Rissi, sobresalientes los dos en su economía y
sutileza gestual. Es el debut en el largo de este par de directoras y
guionistas argentinas.
Una
mujer de 54 años lleva más de treinta trabajando como criada interna de una
familia en Buenos Aires. La familia vende la casa y ya no cuenta con ella,
aunque le encuentran acomodo en la casa de unos familiares en una lejana ciudad
a unos mil kilómetros de distancia. Su mundo se derrumba, y totalmente abatida,
inicia viaje en autobús a su nuevo destino, que sufre una avería en las cercanías
de un santuario pagano en medio del desierto, entre la Pampa y la Cordillera de
los Andes, donde unos cuantos feriantes se ganan la vida vendiendo a los
turistas. Desorientada, mientras espera la llegada de un nuevo autobús para
continuar viaje y llegar a su destino, pierde la maleta con todas sus
pertenencias, y uno de los vendedores ambulantes se ofrece a ayudarla en la
búsqueda, recorriendo ambos con su furgoneta-caravana diversos paraderos donde
podría estar el objeto perdido.
Estupenda
película (nota: 8), plena de sutileza, sencillez y serena
humanidad. Encuentro de dos soledades, una mujer taciturna y cerrada en sí
misma y un hombre parlanchín y bonachón, casi por milagro, en medio de ninguna
parte, por entre la desértica desolación que les arropa, que reverdecen con
apenas una gota de agua que se dan el uno al otro casi sin proponérselo, al
menos ella. Simple historia, pausada, de silencios, narrada maravillosamente,
que por maneras, paisaje y paisanaje podría perfectamente ser una historia
mínima más a añadir a las del también maravilloso film "Historias mínimas" (2002) de Carlos Sorin. No os las
perdáis.
Y
como no podía ser menos, en la sección de sabiduría ajena, hoy tan solo los
primeros y últimos versos del poema de Antonio Machado "A un olmo
seco", pues me viene como anillo al dedo, no para casarme con él, pero al
menos para solazarme con su belleza:
- "Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en
su mitad podrido,
con
las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas
hojas verdes le han salido.
[...]
Mi
corazón espera
también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro
milagro de la primavera." (Antonio
Machado).
Besos
y abrazos,
Don.
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