lunes, 17 de septiembre de 2012

Matutino embotellado

¡Buenos días!

No siempre fluye con facilidad el ideario de bondad que trato de plasmar en estos matutinos, que a veces se enreda entre mis ramificaciones neuronales, pero gracias al desatascador efecto de una buena película logro plasmarlo pulsación a pulsación en el folio virtual y termino de embotellarlo para lanzarlo al albur de las marejadas de bits informáticos, siempre bien guiado por este cuaderno de bitácora matutino, tanto en estos días de verano terminal que saldrá de nuestras vidas en cinco días, por la puerta del equinoccio otoñal, como en otros cualesquiera, con la promesa de que volverá de su estacional periplo el año que viene, por su solsticio.

Este fin de semana estuve en el cine viendo "Una botella en el mar de Gaza" ("Une bouteille à la mer"), de Thierry Binisti, y con Agathe Bonitzer, Mahmoud Shalaby, y Hiam Abbass. Es el segundo largo de este director y primero suyo que veo. Adapta la novela homónima de Valérie Zenatti.

Una adolescente de origen francés que vive en Jerusalem vive trastornada por el último atentado suicida ocurrido cerca de su casa, por lo que decide escribir una carta a un palestino imaginario en la que expresa su indignación por el conflicto entre palestinos e israelíes, la mete en una botella y le pide a su hermano que la lance al mar, cerca de Gaza, donde hace el servicio militar. Tiempo después recibirá inesperada respuesta de un tal Gazaman vía correo electrónico.

Una espléndida película que me encandiló y que por tanto os recomiendo. Una preciosa historia de amor entre dos jóvenes bienintencionados, casi imposible en la distancia, prácticamente platónico, una relación epistolar a través de internet entre sendos representantes de los Montescos y de los Capuletos, que tratan de soslayar con amor y comprensión, no exento de naturales vaivenes, los radicales idearios de sus irreconciliables familias. Una historia sin maniqueismos en la que no hay buenos ni malos, tratando de comprender las razones de cada uno, pero sin llegar a las manos (a las armas).

Me gustaron muy especialmente dos momentos, uno al principio y otro al final. El del principio: la visita de ella con su profesor y compañeros de clase a las ruinas de Masada, donde en el siglo I d.C. se inmolaron los judíos que allí había ante el asedio de las legiones romanas, y cuando el profe termina de contarles la historia, una de las alumnas exclama con naturalidad casi infantil, "¡menudos kamikazes!", todo un irónico y casi sarcástico contrapunto con la situación de los atentados de hoy en día, pero ahora son los palestinos los que se inmolan y los israelíes los opresores. El del final: el fugacísimo encuentro visual entre los dos enamorados en el check-point, que apunta hacia un atisbo de esperanza, quizá utópica, hacia una promesa de una futura reunión física.

Ahora algo de sabiduría ajena que tal vez nos saque de ciertos atolladeros vitales:

 - "Libro: 'Botella al mar', se ha dicho. Pero con un mensaje equívoco, que puede ser interpretado de tantas maneras que difícilmente el náufrago sea localizado".  (Ernesto Sábato).

 - "Ocurre con la gente de mente pequeña lo mismo que con las botellas de cuello estrecho. Cuanto menos contiene, más ruido hacen al vaciarlas".  (Alexander Pope).

 - "Ser capaz de morir por una idea no es grandeza. La grandeza es tener la idea".  (Noel Clarasó).

 - "Se puede hacer mucho con el odio, pero más aún con el amor".  (William Shakespeare).

Besos y abrazos,

Don.
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